viernes, 4 de octubre de 2013

EL SECRETARIO 22: EL TIEMPO VUELA

Puede parecer una frase hecha, pero cuando uno tiene mil cosas que hacer (como novelas que escribir, traumas que curar, costillas rotas y otros huesos tocados que sanar, un secretario cuasiasesino al que vigilar por si intenta repetir la jugada...), el tiempo vuela.
Lorito y yo nos amoldamos el uno al otro casi sin darnos cuenta. Nuestro secreto común hacía que nadie nos comprendiera mejor que el otro. Por no hablar de que trabajaba bien, tenía que reconocerlo. No era Alain, nadie era como él, pero era un buen secretario: corregía bien, daba buenas ideas, insistía en que debería tomarme las cosas en serio si quería llegar a algún sitio... básicamente, empecé a preguntarme si a todos los adiestraban para decir lo mismo. No me importaba, yo usaba lo que quería y hacía caso omiso de lo demás. Lo bueno era que a él no le molestaba... al menos después de los dos primeros meses.
Muy de vez en cuando surgían temas de conversación incómodos, aunque los dos éramos maestros en escurrir el bulto. Además, ¿a quién le íbamos a pedir explicaciones si el susodicho no había vuelto a dar señales de vida? Yo creo que Lorito sabía más de lo que contaba, pero yo no quería preguntar. Me subía la sangre a la cabeza cada vez que recordaba la escena en casa de mi archi. Que ni siquiera hubiera considerado apropiado despedirse, con lo educadito que él es, era la gota que había colmado mi vaso de la paciencia.
Alain Panphile debía pertenecer a mi pasado, junto con las hombreras, los pantalones de campana y ese relato inconfesable en el que digo que le...

En definitiva, el año iba avanzando.
Yo estaba inmersa en mi nueva novela, sorprendida por cómo iba todo, dolorida todavía por la paliza de mi archi, luchando para que Lorito me preparase el té como a mí me gusta y no como él cree que debo tomarlo. 
Hacía calor para ser octubre. El otoño es mi estación favorita del año, pero parecía negarse a llegar, la muy... Este año todo es tan raro...
Sonó el timbre. Lorito se levantó a abrir. Es algo que le ha costado entender, porque decía que él no era ningún criado. Al final llegamos a un acuerdo: él abre una vez y yo la siguiente (paga a alguien para esto).
Lo escuché hablar en el pasillo, pero no pude entender lo que decía. La puerta se cerró, así que debía ser algún mensajero o alguien intentando vender algo.
Di un nuevo sorbo a mi té preparado por Lorito. Puse cara de asco. No me gustaba y nunca me gustaría.
-¿Quieres que te prepare uno?


1 comentario:

  1. OK, pasa el tiempo, se empiezan a llevar bien, la archi no los denuncia (algo impropio de una arch que se respete, pero bueno, ya sabemos que no es respetable) y vamos a ver qué sigue.

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